Este post lo tendría que haber escrito hace un par de días, pero he decidido hacerlo hoy que me ha venido la inspiración.
Pues bien, en estos días felices del fútbol español, en el que de la noche a la mañana hemos pasado de ser los sempiternos favoritos que se la pegaban antes de tiempo a los dueños del mundo, tras la brillante conquista de la eurocopa hace dos años y del mundial hace escasos cinco días, se ha hablado de muchas cosas: de las paradas de Casillas, de la magia de Iniesta, del olfato depredador de Villa, del mal mundial de Torres, del escupitajo de Piqué, de la guasa de Reina... pero apenas se ha hablado de un señor que ha sido santo y seña de este grupo de grandes amigos y extraordinarios futbolistas durante esta gloriosa etapa. No es el mejor jugador del mundo, y tampoco es la técnica personalizada, pero ha aportado su granito de arena a este sueño del que aún no hemos despertado (ni esperamos despertar en meses) a través de una actuación portentosa a lo largo de estos interminables siete partidos. Efectivamente, estoy hablando de Joan Capdevila, don Joan Capdevila.
Un tío simpático, cojonudo, un auténtico cachondo mental (la escena del cubata en el hombro no se me borrará jamás de la retina), pero ante todo, un profesional de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza, un seguro de vida en el lateral izquierdo y un comodín totalmente imprescindible. Un jugón que no merece el olvido. Don Carles Puyol lo ha dejado, y ya lo estamos lamentando con creces; el día que don Joan también abandone posiblemente no nos lamentaremos tanto, pero sí que sentiremos un pequeño vacío cuando echemos un vistazo al lateral zurdo de la Roja y comprobemos que por él ya no corre la alegría de la huerta leridana, el 11 de la selección, NUESTRO 11.
Now it's dark: Moltes gràcies por ser como eres, Joan. Moltes gràcies por ser un amazo.
Pues bien, en estos días felices del fútbol español, en el que de la noche a la mañana hemos pasado de ser los sempiternos favoritos que se la pegaban antes de tiempo a los dueños del mundo, tras la brillante conquista de la eurocopa hace dos años y del mundial hace escasos cinco días, se ha hablado de muchas cosas: de las paradas de Casillas, de la magia de Iniesta, del olfato depredador de Villa, del mal mundial de Torres, del escupitajo de Piqué, de la guasa de Reina... pero apenas se ha hablado de un señor que ha sido santo y seña de este grupo de grandes amigos y extraordinarios futbolistas durante esta gloriosa etapa. No es el mejor jugador del mundo, y tampoco es la técnica personalizada, pero ha aportado su granito de arena a este sueño del que aún no hemos despertado (ni esperamos despertar en meses) a través de una actuación portentosa a lo largo de estos interminables siete partidos. Efectivamente, estoy hablando de Joan Capdevila, don Joan Capdevila.
Un tío simpático, cojonudo, un auténtico cachondo mental (la escena del cubata en el hombro no se me borrará jamás de la retina), pero ante todo, un profesional de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza, un seguro de vida en el lateral izquierdo y un comodín totalmente imprescindible. Un jugón que no merece el olvido. Don Carles Puyol lo ha dejado, y ya lo estamos lamentando con creces; el día que don Joan también abandone posiblemente no nos lamentaremos tanto, pero sí que sentiremos un pequeño vacío cuando echemos un vistazo al lateral zurdo de la Roja y comprobemos que por él ya no corre la alegría de la huerta leridana, el 11 de la selección, NUESTRO 11.
Now it's dark: Moltes gràcies por ser como eres, Joan. Moltes gràcies por ser un amazo.